PEPE EL ROTO

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A Pepe el Roto no le decían «el roto» por andar con los zapatos o con los pantalones rotos, sino porque se había vuelto especialista en romper ventanas desde que leyó la «Teoría de las ventanas rotas». En resumidas cuentas, esa teoría establece que cuando en un edificio se rompe el vidrio de esa ventana y se tarda más de una semana en repararlo, lo más seguro es que las personas que pasen por ahí comiencen a romper más vidrios, y a grafitear y destruirlo de una manera salvaje. A Pepe le encantaba ver las condiciones en que podía acabar un edificio si su dueño no se daba prisa en colocar ventanas nuevas.

Un día, en un edificio con muchas ventanas conocido como Edificio la Rosa, Pepe rompió 12 y al día siguiente amanecieron reparadas 4. Al ver esto, Pepe nuevamente rompió 12 ventanas y al día siguiente observó cómo otra vez habían reparado 4 de las 12 que había roto, por lo que nuevamente rompió 12 y al día siguiente amanecieron 4 reparadas.

Si el Edificio la Rosa tenía exactamente 140 ventanas y todos los días Pepe el Roto rompía 12 y al día siguiente amanecían reparadas 4 ventanas de las que él había roto, ¿a partir de qué día tuvo que romper nada más 4 ventanas diariamente?

Quién sabe si era por el efecto de tanto tirar piedras o qué, pero lo cierto es que con el paso de los días, Pepe el Roto iba perdiendo de una manera extraña la memoria ya que se acordaba de algunas cosas, pero no de todas. Así un día, cuando estaba rompiendo los típicos 4 vidrios del Edificio la Rosa, de repente sintió un golpe en la cabeza que lo hizo caer y perder el conocimiento por unos segundos. Al despertar Pepe, pensó que se encontraba en algo así como el paraíso porque frente a él se encontraba la muchacha más hermosa que había visto en la vida: la guapísima Rosa, que vivía precisamente en el Edificio de la Rosa y era quien todos los días reparaba 4 ventanas que el día anterior había roto Pepe. Pero se sintió repentinamente transportado al mismísimo infierno porque Rosa, en cuanto vio que Pepe medio abría los ojos, le empezó a dar una regañiza por andar rompiendo los vidrios de las ventanas de su edificio. Después de casi media hora de regaños, Pepe le alcanzó a decir: «Mire señorita francamente yo no sé ni quién sea usted ni por qué me regaña tanto. Según yo, aunque no me acuerdo de una cifra específica, lo que sí me acuerdo es que si hoy hubiera roto 7 ventanas más de las que ya rompí, hubiera roto el mismo número de ventanas que rompí ayer; y que si anteayer hubiera roto el doble de ventanas de las que rompí  todavía de pilón 4 más, entonces también habría roto el mismo número de ventanas que ayer. Y para que no se confunda lo que también le voy a decir es que hoy rompí exactamente 3 ventanas menos que el doble de las que rompí ayer».

Obviamente a Rosa no le importaba saber cuántas ventanas había roto Pepe y muchísimo menos resolver el problema matemático, por lo que le propinó un nuevo sopapo y entró al edificio. ¿Cuántas ventanas rompió Pepe anteayer, ayer y hoy, respectivamente?

Con el tiempo Pepe localizó la ventana del departamento en el que vivía Rosa y todos los días le lanzaba con gran tino un poema de amor que envolvía una piedra. Ante tantos poemas, Rosa cayó abismalmente enamorada de Pepe y comenzaron a vivir juntos su apasionado amor. No había pasado ni un año de su unión, cuando Rosa y Pepe fueron los afortunados padres de unos gemelos que, con el paso de los años, se convirtieron en grandes estrellas de beisból: uno como lanzador y otro como bateador. De hecho, cada uno de los gemelos era tan bueno que un día el bateador le pidió al lanzador que le lanzara la pelota de béisbol de tal manera que al pegarle con el bat la enviara lo más lejos posible. Ambos lo hicieron tan perfectamente que con el batazo la pelota adquirió una velocidad inicial de 11.2 kilómetros por segundo a la vez que salió con una dirección de 45 grados en relación a la línea del horizonte. ¿Hasta dónde llegó la pelota, si no se toma en cuenta la fricción del aire?

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